- El muralismo en Puebla o las vicisitudes de mi General
- La honestidad y estética del pintor Fernando Ramírez Osorio
Por Enrique Aguirre
Heredero y depositario del caciquismo familiar, cúspide del nepotismo revolucionario institucional, artífice del militarismo venido a menos, Rafael Ávila Camacho (1904-1975), a principios de la década de los cincuenta, a la sazón gobernador del estado de Puebla (1951-1957), buscó adaptarse a los designios políticos de un civil, que despacha en Palacio Nacional como presidente de la República; el veracruzano Adolfo Ruiz Cortines (1890-1973).
A escasos siete años de concluida la segunda guerra mundial, el país vivía el “auge y bonanza” producto de su condición de abastecedor de materias primas de los países aliados y la postura “neutral” de México en el conflicto bélico.
El presidente Ruiz Cortines reforzó una ambiciosa campaña nacional en favor de la educación; en Puebla, Rafael Ávila Camacho, secundó la encrucijada nacional y promovió la construcción de grandes centros educativos “modelo”.
Sin mucho vacilar, el gobernante militar, originario de Teziutlán, en consulta consigo mismo y su acendrado regionalismo, determinó que el primer Centro Escolar se construyera en ese municipio de la Sierra Norte.
El “Delfín” de los Ávila Camacho instruyó a su jefe de Obras Públicas, ingeniero Guillermo Jordá Galeana, también militar, de poner manos a la obra sobre el ambicioso proyecto. La orden fue: “rápido y sin reparar en costos”, lo habría de inaugurar el propio presidente de la República.
Pocos meses después, el proyecto ya casi concluido parecía una colosal “obra negra”, que adolecía de “algo”, pero ingenieros y asesores no atinaban con certeza qué era lo que faltaba.
A las puertas del inmueble, que hoy es el Centro Escolar “Manuel Ávila Camacho” –nombre meramente circunstancial- una gran estancia o “lobby” daba la bienvenida a propios y extraños; pero, las grandes paredes desnudas sólo reflejaban el gélido clima serrano.
El ingeniero Enrique Estrada y Banosio, encargado de la obra, con mejor tino reparó en que esas frías paredes podrían albergar un espléndido mural; Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros aun vivían y habían dejado un enorme legado artístico en murales de la UNAM, SEP y otros importantes edificios públicos. El muralismo mexicano estaba en su apogeo.
La propuesta, obviamente, se consultó con el general Ávila Camacho y éste dio “luz verde” de inmediato. De entre varias opciones, los constructores determinaron llamar a un joven pintor poblano, egresado de la academia de Bellas Artes y fundador del Barrio del Artista; era el destacado grabador de 32 años de edad, Fernando Ramírez Osorio.
Para 1952, Ramírez Osorio ya era un prolífico pintor y uno de los mejores grabadores poblanos. Luego de aceptar la invitación para realizar el que sería su primer mural, el pintor se trasladó a Teziutlán y ahí residió por varios meses.
Durante su estancia en aquella ciudad, se compenetró en la vida cultural de la localidad; acudió al archivo municipal, consultó a los historiadores locales, visitó mercados y personas mayores que le hablaron sobre el más remoto origen de la ciudad.
Luego de tomar cientos de apuntes y bocetos, el artista llegó a la conclusión de que el tema del mural sería sobre la fundación de Teziutlán, desde una perspectiva histórica.
Cuando el joven pintor se propuso iniciar el mural, Estrada y Banosio, lo invitó a visitar al general Ávila Camacho, para que el militar diera su aprobación.
El pintor y el funcionario acudieron al palacio de gobierno de aquel entonces, hoy edificio de protocolos del gobierno del estado, en el Zócalo.
Después de una larga espera, el general finalmente los recibió en su lúgubre despacho. Detrás de su escritorio atestado de papeles y planos, como si estudiara la estrategia militar para invadir a un país enemigo, Ávila Camacho, espetó:
–Y, bueno, ¿Cómo va ese proyecto?
El funcionario encargado de la obra, servicial y excedido en atenciones para con el militar, lo puso al tanto del avance de la obra y le aseguró que el inmueble quedaría concluido en el tiempo convenido.
–Y aquí está el maestro Ramírez Osorio, para explicarle el proyecto del mural, señor–.
Ramírez Osorio fue directo al punto, le explicó su propuesta, la justificación histórica y algunos detalles de la técnica plástica a emplear. No terminó de hablar, cuando el militar interrumpió.
– ¡No, no! ¡Mire, si hay alguien importante para Teziutlán, esa es mi mamá! ¡Todo lo que soy, se lo debo a ella! ¡Ella es muy importante para Teziutlán!
–“Así que… le sugiero que haga un retrato de ella, así, -gesticuló¬- con los brazos abiertos… abrazando la ciudad… y si yo puedo quedar por ahí, cerca de ella, pues mejor”.
El muralista debutante intentó persuadir al militar sobre la importancia de la fundación de la ciudad y la diversidad plástica que ello significaba.
–“¡Teziutlán le debe mucho a ella! ¡Hágalo así! –Refunfuñó el general–.
Ante la mirada atónita de Estrada y Banosio, quien estaba pasmado mirando cómo el pintor contradecía una orden del general Ávila Camacho, se arremolinó en su asiento y provocó un incómodo silencio.
–“¡Alguna otra duda señores!”– Masculló el gobernador desde su escritorio, dando por terminada la audiencia.
Ramírez Osorio saludó con comedimiento y salió del despacho del gobernante. Detrás de él, Estrada y Banosio apretó el paso para alcanzar al pintor que se encontraba visiblemente contrariado.
–“¡Yo no me voy a prestar a pintar eso!”– aseguró el pintor poblano, antes de que Estrada y Banosio acertara a decirle algo. El funcionario, con el rostro desencajado, emparejó el paso con el pintor y por los pasillos del Palacio de Gobierno, en tono implorante, chilló:
–“¡Es que si no lo haces, me vas a meter en problemas!”–, dijo el funcionario gimoteando, con la certeza de que, desacatar una orden del general le podía costar un “consejo de guerra” o una visita temprana al paredón.
En el estira y afloje posterior, ambos convinieron en respetar la idea original del pintor, ante la amenaza de Ramírez Osorio de abandonar el proyecto.
Así, la matriarca del clan Ávila Camacho, doña Eufrosina Camacho viuda de Ávila, no encajó ni en la historia ni en los planes freudianos de Don Rafael, y mucho menos en el mural.
Por artes propias del presidencialismo galopante de la época, Rafael Ávila había sido persuadido de que el mejor atributo al “Señor Presidente” era dedicarle un mural a su histórica obra educativa, y al parecer quedó satisfecho.
Avanzada la obra, y con los días contados para la inauguración presidencial, el general Ávila Camacho volvió a dar seguimiento personal a la pintura del mural.
El muralista poblano había hecho una leve concesión en su trabajo; el mural hacía hincapié en la destacada obra educativa del régimen en todo el país y en especial en Puebla. Por ahí, en alguna parte de la pared figuraban los retratos de Maximino y Manuel, este último, ex presidente y patriarca del clan.
El gobernador aceptó que se tomaran unos bocetos en su despacho, “mientras trabajo”, dijo, en tanto que el ex presidente Manuel Ávila Camacho sólo envió un retrato, en donde figura ataviado con uniforme militar, casi de la época de su ingreso al Colegio Militar.
Pocos días antes de concluir el mural, Ramírez Osorio recibió la vista de la esposa del gobernador Ávila Camacho, quien dio el “visto bueno” al trabajo, con la recomendación de que al retrato de Rafael le fueran retocadas las “patas de gallo” cerca de los ojos y le atenuaran la papada, observación que, desde luego, el pintor escuchó con atención, pero jamás tomó en serio.
Colofón y obra anónima
Una mañana serrana de bruma y humedad, Ramírez Osorio llegó como de costumbre, para a dar los últimos toques al mural, que entre otras cosas carecía de la fecha y firma del autor, pero para sorpresa del pintor, el andamio de madera ya había sido retirado.
El muralista buscó una explicación con el que sería el primer director de ese centro escolar, profesor Enrique Martínez Márquez y otras autoridades, pero le explicaron que todo ahí estaba fuera de su alcance; el Estado Mayor Presidencial, o lo que antes se denominada “Guardias Presidenciales”, habían tomado el control, tanto del Centro Escolar como de la ciudad entera, por lo que, autoritariamente resolvieron que el mural estaba terminado; pero no sólo eso, restringieron la entrada al inmueble a todas las personas, incluido el artista.
Es más, el día de la inauguración Ramírez Osorio, no estuvo presente; desde fuera, junto con la muchedumbre “presenció” la ceremonia de apertura que hizo el presidente Ruíz Cortines.
Transcurridos algunos días, devuelto el control del centro escolar a la burocracia de la SEP, el pintor, en actitud profesional intentó hacer los retoques últimos al mural y firmarlo para que no quedara como un trabajo anónimo. Los burócratas que lo vieron trabajar por varias semanas y meses en la obra, argumentaron no tener facultades para aprobar su solicitud y explicaron que lo tendrían que consultar a la SEP en México, para que desde allá se diera la anuencia.
El pintor finalmente desistió de lidiar con la estupidez burocrática.
Pintamex y las restauraciones prácticas
Ramírez Osorio, varios años después, circunstancialmente volvió al Centro Escolar “Manuel Ávila Camacho” y se percató del deterioro mostrado en su obra; tuvo la oportunidad de sugerirle al director de la escuela la necesidad de restaurar buena parte del mural. El mural pocos días después fue “restaurado” por una brutal mano anónima que con brocha gorda y pintura de esmalte recubrió las partes dañadas, a pesar de que la técnica original es al fresco con aleaciones de polivinilo. Todo, con la aprobación de la SEP, seguramente.
Puebl@Media
Enrique Aguirre
Ciudad de Puebla
Domingo 27 de marzo de 2011.
Texto publicado en el diario El Sol de Puebla y La Voz de Puebla con la misma fecha del texto original.
Comment here