• La ciudad de Krasnogorivka, a escasos cinco kilómetros del frente de guerra de Donetsk es poco más que una ciudad fantasma donde sus habitantes se sobreponen cada día al miedo a las bombas de los prorrusos y a la miseria
El pequeño pueblo ucraniano de Krasnogorivka, ubicado a tan solo cinco kilómetros de la línea del frente, es lo más parecido al apocalipsis, pero en el corazón de Europa. Desde que estalló el conflicto en 2014 el tiempo parece haberse congelado en este lugar. El penetrante olor a carbón quemado de mala calidad impregna la atmósfera. Los pocos habitantes que se ven por las calles deambulan como fantasmas por un paisaje sombrío y grisáceo; es el gris de la nieve sucia y de las edificaciones destartaladas, de arquitectura soviética, conocidas como ‘jrushchovkas’, bombardeadas en los primeros días de la guerra. El silencio es sobrecogedor, solo interrumpido por el ruido de las placas de hielo que se hacen añicos bajo nuestras pisadas.
La última vez que cayeron aquí las bombas de los prorrusos fue en el otoño pasado. El intercambio de fuego de artillería entre las milicias separatistas prorrusas de la ciudad de Donetsk y las Fuerzas Armadas ucranianas duró varios días y sirvió para acabar con el alto el fuego alcanzado en la línea de separación en el este de Ucrania. «El bombardeo fue muy destructivo porque esto es una zona abierta y las bombas eran lanzadas directamente a los edificios», narra Tatyana Ludvigovna, de 60 años, que ahora trabaja como administrativa en la única iglesia del pueblo.
La agresión armada contra el pueblo ucraniano se repite año tras año desde 2014, y ha dejado a la población del óblast de Donetsk sumergida en una profunda miseria. Los impactos directos de las explosiones sobre las tuberías dejó a la mayor parte del pueblo sin suministro de agua y gas, por lo que les es imposible calentarse durante los meses de invierno.
https://www.abc.es/internacional/abci-retratos-frio-y-hambre-ucrania-cinco-kilometros-frente-202202060117_video.html
Envuelta en edredones
Es el caso de Raisa Voevoda, de 70 años, que se mantiene envuelta entre mantas y edredones en la sala de su casa para protegerse de las bajas temperaturas que marcan los termómetros en el exterior. «No puedo encender la calefacción porque no tenemos gas y me muero de frío», dice con un nudo en la garganta. La mujer sufre, además, de una enfermedad crónica en las piernas que le causa «mucho dolor» y cuyo tratamiento es muy difícil de costear.
«No puedo levantarme sin mi amigo el andador», dice Voevoda mientras señala el objeto dispuesto al lado del sofá convertido en cama. A su lado, la trabajadora social, que la visita de tres a cuatro veces por semana, se lleva las manos a la nariz para quejarse de la hediondez del lugar porque no hay quien lo limpie.
«La guerra me dejó muchas cicatrices. No puedo dormir durante la noche, solo hago pequeñas siestas por la mañana», cuenta afligida la septuagenaria y continúa: «No puedo siquiera acostarme, duermo sentada para poder respirar mejor». Sus problemas de salud han empeorado debido al invierno. Los vecinos del barrio intentan ayudarla con comida e insumos médicos para que sobreviva a la catástrofe humanitaria que ha causado el conflicto.
«Vivo sola y recibo una pensión, que no me alcanza para nada porque la gasto completa en medicinas. Acabo de regresar del hospital, pero necesito una operación que no sé cuando será posible», lamenta. En julio de 2020, el Gobierno de Volodímir Zelenski aumentó la pensión de los jubilados a 3.394 grivnas, aproximadamente unos 100 euros.
Jóvenes sin futuro
En este pueblo del óblast de Donetsk viven unas 10.000 personas, de ellas apenas 600 familias reciben la caja de comida que reparte mensualmente la ONG americana ‘Operation Blessing’. Cuanto más te adentras, van desapareciendo las banderas y los colores ucranianos, que ahora mismo abundan en las principales ciudades del país, y están más presentes los restos de los símbolos rusos, algunos incluso soviéticos.
El panorama es cada vez más desolador. Los edificios están derruidos, sin ventanas y con las fachadas agujereadas por las bombas. En pie quedan solo dos de las cinco escuelas que hay en todo el pueblo y una especie de instituto. Pero no se pueden utilizar habitables hasta el verano porque el frío del invierno las convierte en un congelador.
El edificio que sirve a la comunidad como hospital también se vio afectado por la guerra apoyada por Rusia. De las tres plantas, solo puede ser ocupada la planta baja por seguridad ya que la estructura fue gravemente dañada por los bombardeos. «No hay suficientes camas, medicinas, ni material médico. Los médicos trabajan con las uñas», comenta angustiada Tatyana, que hace de guía turístico por el pueblo.
En Krasnogorivka vivem unas 10.000 personas, pero apenas 600 familias reciben la caja de comida que reparte mensualmente la ONG ‘Operation Blessing’. Cuando más te adentras en la localidad, más abundan los restos de símbolos rusos, incluso soviéticos.
A la sobrecogedora desolación, Roman Bakumenko planta cara. Él es el retrato optimista de un lugar hundido en el drama y el horror que deja a su paso la guera. «Yo me quiero quedar a vivir aquí. Este es mi lugar de nacimiento. Pero me gustaría vivir en paz y en una ciudad agradable», manifiesta el joven que confiesa que tiene una novia de su misma edad, 20 años. «Es muy difícil para nosotros hacer planes. No hay cafeterías ni restaurantes donde podamos ir así que solo podemos pasar tiempo juntos y aprovechamos para conversar», apunta el chico, al que le gustaría en un futuro especializarse en tecnología.
«El otro plan que podríamos hacer es recorrer 50 km. para ir al cine», asegura. Roman no lo dice, pero en su interior sabe que si no sigue los pasos de sus otros amigos que ya han abandonado la región, no encontrará un mejor futuro que el de prepararse para ir a luchar al frente.
« Estoy acostumbrado a la guerra. Lo malo es que no he podido continuar mis estudios porque nos faltan cosas de primera necesidad como la calefacción y el agua», asegura y hace énfasis en que espera ansioso que llegue el verano para seguir estudiando. «Ahora mismo el problema más importante es que no tenemos gas y hace mucho frío dentro de nuestras casas», dice titiritando de frío.
La pensión no alcanza
En cada bloque de apartamentos no viven más de tres o cuatro familias. Para los habitantes de Krasnogorivka, emigrar no es una opción porque no tienen los recursos económicos para salir de este lugar. Los adultos mayores también padecen de las mismas desgracias, a diferencia de que cuentan con una escasa pensión que debe ser gastada minuciosamente.
Olga Efimonovna, de 61 años, trabaja en la tienda de alimentos ubicada en la rotonda donde aparcan los pocos taxis marca Lada, icónico coche ruso de la antigua Unión Soviética, que llegan al lugar y donde se encuentra la parada de autobús que lleva a los lugareños a los otros pueblos periféricos del óblast.
« Yo no creo que los rusos vengan, así que volveremos a ser una gran nación», sentencia la vendedora que trabaja de lunes a viernes en la tienda porque no «puedo vivir de la miserable pensión que cobro». «Si no trabajo no como», continúa mientras explica que en esa destemplada población todo cuesta más caro que en las grandes ciudades. Una bolsa de pan cuesta aquí 28 grivnas (unos 80 céntimos de euro) mientras que, en la ciudad cercana de Kramatorsk, el mismo empaque se consigue por unas 15 grivnas. «No como pan porque no puedo comprarlo», afirma. «Es horrible vivir así sin calefacción, ni gas, en algunos momentos tampoco tenemos electricidad o agua», lamenta la abuela que recuerda a su nieto que tuvo que irse a las afueras con su madre porque «no puede crecer en este lugar». Los bombardeos de las milicias prorrusas fueron tan destructivas porque la estepa donde se levanta el pueblo lo hace vulnerable al ataque directo. «Nos lanzan las bombas directamente a los edificios», cuenta Olga compungida.
A cinco kilómetros del frente, la población ucraniana malvive con las pocas ayudas que llegan desde Occidente para aliviar el drama humanitario que ha dejado más un millón y medio de desplazados y más de 13.000 muertos según las cifras de la ONU. El conflicto armado entrará en su noveno años y no parece que las cosas vayan a cambiar.
ABC
Gabriela Ponte
Krasnogorovka, Ucrania
Domingo 6 de febrero de 2022.
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