Opinión

Para y reconsiderar

René Delgado

Por naturaleza, la temporada electoral llama a resaltar diferencias y desvanecer coincidencias, pero ¡Cuidado! El país está enfermo y no es asintomático. Mejor parar un instante, ver cuanto ocurre y anclar al país ante el vendaval en puerta.

El repunte de la epidemia pinta una tragedia. Las vacunas no llegan y así se dilata la recuperación de la salud y el rescate de la economía. La política sanitaria reclama ajustes. El virus amenaza contagiar las elecciones. Las alianzas partidistas carecen de propuesta y rebosan de ambición. El malestar social a causa del encierro va en aumento. La industria criminal no cesa y abre nuevos nichos. Y, por si algo faltara, el Ejecutivo se encuentra enfermo, sujeto a oraciones y condenas, siendo -por el carácter del régimen, subrayado por el- factor clave de la estabilidad.

Sí, se acerca el momento de ir a las urnas, pero ello exige estar en condición, tener opciones y entender que elegir no es eliminar. Más vale reparar en cuanto está sucediendo.

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El ulular de las sirenas y el toque de silencio son el himno negro de estos días.

Más contagio, enfermedad, muerte y sufrimiento marcan el amanecer del año y, en el colmo de la adversidad, el negocio transnacional y el pleito mundial por las vacunas, el retraso en la producción y entrega de estas, así como la veloz y peligrosa mutación del virus anuncian la prolongación de la tragedia. Hoy reina el desconcierto mundial de las naciones, no el concierto: la mezquindad, no la solidaridad entre los pueblos.

En el caso de México, la fatalidad insta a replantear la política sanitaria y elaborar con detalle y pulcritud -sin siervos en busca de esclavos- el plan de vacunación porque sólo falta que, al contar por fin con el medicamento, no haya claridad de cómo desplegar esa campaña. Si, como se preveía, el próximo martes iniciara la inoculación de la tercera edad, la administración estaría en apuros: no ha informado ni divulgado con precisión cómo, dónde y cuándo se llevará a cabo.

De ahí, la necesidad de atender las «Recomendaciones para la atención de la pandemia por Covid-19 en México» expuestas el miércoles por organismos e instituciones nacionales e internacionales. El alto en el camino dado como respuesta al documento por el subsecretario Hugo López-Gatell es clamor. Ojalá también la lamentable experiencia por la cual atraviesa el presidente López Obrador -a quien se desea una pronta recuperación sin secuelas- lo lleve a revisar y rectificar esa política.

Convalecer no sólo es recuperar la fuerza, también reflexionar.

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En estos días difíciles, la ausencia del mandatario pone en evidencia varias cuestiones.

En particular, el riesgo de fincar en una sola persona y voz la operación, conducción y comunicación del gobierno. Desde luego, en condiciones normales, el protagonista estelar puede sentirse tanto o más que el astro sol del universo, pero cuando por alguna vicisitud -en este caso, la enfermedad- esa estrella declina o se debilita, el gobierno queda en tinieblas. Más todavía, si la composición de este no deriva de la capacidad y la aptitud de sus integrantes, sino de los compromisos y alianzas hechos durante la campaña.

Si a ello se añade la decisión de privilegiar la comunicación y la sobreexposición del astro rey como instrumento de gobierno, su ausencia no deja un vacío, abre el apetito de los zopilotes. ¿Verdad, doctor Araiza?

Comoquiera, la ausencia del mandatario abre una doble perspectiva a la conferencia matutina. Administrar por decisión y no por necesidad la presencia presidencial en ella y, en esa medida, responder con elegancia al exhorto del Instituto Nacional Electoral y foguear, así sea temporalmente, a los colaboradores en la tarea de pararse ante el atril sin resbalar. Y, además, operar ajustes en la conferencia que, como todo, de tanto usarse da muestra de fatiga.

En todo caso, por razones de humanidad y estabilidad, ojalá pronto se recupere Andrés Manuel López Obrador. Jugar a menoscabarlo con motivo de su enfermedad corresponde a la canalla, no a la política.

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Pese al riesgo de contagio de las elecciones, los consejeros electorales aún no reaccionan.

A su parecer, con sana distancia, cubrebocas, acceso restringido a la casilla, gel y pluma propia se garantiza la inmunidad de la jornada electoral, cuando lo indicado es elaborar un plan «B» por si es necesario y evitar caer en un vacío constitucional si los comicios no pueden realizarse en tiempo y forma. No deben seguir actuando como si nada extraordinario estuviera ocurriendo. Están en tiempo de adoptar medidas, más adelante no podrán llamarse a sorpresa si la epidemia no cede, contagia la jornada y el abstencionismo es el gran votante.

La consolidación del árbitro electoral y la certeza del proceso son fundamentales, sobre todo, ante la manifiesta debilidad, la falta de propuesta y la sobrada ambición de los concursantes. Morena y sus aliados no tienen una idea de lo que sigue y creyendo ir al campo a merendar se adentran en la selva. Tan mal están que no escarmentaron con los gobiernos de Jaime Bonilla, Miguel Barbosa y Cuitláhuac García y postularon a Félix Salgado. Y la coalición opositora, diciendo ofrecer diez soluciones, considera que basta y sobra con regresar para salir hacia adelante: no proponen más de lo mismo, sino más de lo de antes.

Las alianzas se interesan sólo por las posiciones, no por las posturas.

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Dada la delicadeza del momento y pese a la temporada electoral, los políticos -por absurdo que suene- están llamados a hacer política, asegurar anclajes, aunque venga el bamboleo; a conjurar que el virus y la polarización arrasen con las urnas electorales, dejando en su lugar más urnas fúnebres.

Reforma
Ciudad de México
Miércoles 3 febrero 2021.

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