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Es hoy Hong Kong un purgatorio

En Hong Kong, la activista prodemocracia Agnes Chow, de 24 años, forma parte de la generación de activistas de la "Revolución de los Paraguas" de 2014, que impulsó las protestas masivas prodemocracia en Hong Kong. (Especial)

En Hong Kong, la activista prodemocracia Agnes Chow, de 24 años, forma parte de la generación de activistas de la «Revolución de los Paraguas» de 2014, que impulsó las protestas masivas prodemocracia en Hong Kong. (Especial)

El día en que Hong Kong fue devuelta a China hace 25 años, el productor de fideos en Queen’s Road trabajó como lo había hecho durante décadas, convirtiendo harina y agua en el sustento de una Ciudad llena de refugiados de China continental. Para satisfacer los diversos gustos, hacía fideos tiernos de Shanghai y pasta al huevo cantonesa, envueltos de wonton del sur de China y masa gruesa para dumplings muy apreciada en Beijing.

Cuando la bandera de cinco estrellas de la República Popular China reemplazó a la Bandera de la Unión el 1 de julio de 1997, llovió y llovió. Algunas personas tomaron el diluvio como un presagio del control comunista, otras como un ritual purificador para limpiar a Hong Kong del imperialismo occidental.

La tormenta no tuvo gran significado para To Wo, quien operaba la tienda de fideos de la familia. To aún tenía que trabajar todos los días de cada año, introduciendo masa en máquinas ruidosas y vaciando tantas bolsas de harina que todo estaba cubierto de blanco.

«No tuve mucho tiempo para sentir miedo», dijo.

En los años transcurridos desde el traspaso, la única constante ha sido el cambio, tanto definido como desafiado por la gente de Queen’s Road, la avenida más legendaria de Hong Kong. A su alrededor, una ciudad se ha transformado: por la vertiginosa expansión económica de China continental que amenaza con hacer innecesario a este puerto internacional, pero también por la restricción de las libertades por parte de los actuales gobernantes de Hong Kong, que han llenado las cárceles con presos políticos jóvenes.

A los 20 años, To escapó de las privaciones en el sur de China para establecerse en Queen’s Road, la primera vía construida por los británicos después de que se apoderaron de Hong Kong como botín de la Guerra del Opio.

En 1997, el Gobierno chino prometió a Hong Kong autonomía significativa durante 50 años y preservar libertades que la convirtieron en una capital financiera global. (Especial)

Bautizada así en honor a la Reina Victoria, la calle seguía la costa de una avariciosa potencia colonial. A medida que las instituciones del imperio -bancos, casas comerciales, escuelas, lugares de culto- brotaron a lo largo de ella, Queen’s Road fue evolucionando, con cada afluencia de recién llegados dando nueva forma a su carácter. A pesar de la permanencia de los hitos de la vía, su gente estaba menos arraigada, con escaso control sobre el futuro de la Ciudad.

En 1997, el Gobierno chino prometió a Hong Kong una autonomía significativa durante 50 años para preservar las libertades que la convirtieron en una capital financiera mundial, por no decir que en una de las metrópolis más emocionantes del planeta.

En Queen’s Road, había casas financieras construidas sobre fortunas del comercio del opio, tiendas de oro que prometían inversiones sólidas para los sobrevivientes de la zozobra política, marcas de lujo europeas y comerciantes de aleta de tiburón y hierbas utilizadas en la medicina tradicional china.

En los primeros años posteriores al traspaso, los legisladores se deleitaron con un poder del que habían carecido durante la mayor parte del Gobierno británico. En el Tribunal Superior, en un tramo de Queen’s Road llamado Queensway, los jueces usaban pelucas a la usanza británica. El establishment empresarial, extraído de la élite de Shanghai, Londres y Mumbai, entre otras ciudades, se sentía seguro en el estado de Derecho.

Durante más de una década, Beijing acató en gran medida este acuerdo político respecto a Hong Kong, llamado «un país, dos sistemas». La fecha límite del 2047, cuando Beijing tomaría el control político total, parecía convenientemente lejana.

Los últimos tres años han comprimido el tiempo. En el 2019, millones de manifestantes marcharon por Queen’s Road y otras avenidas, tal como lo habían hecho en el pasado para frustrar las restricciones gubernamentales poco populares. Esta vez, los enfrentamientos entre la Policía y los manifestantes acabaron con la confianza. Durante meses, gas lacrimógeno, gas pimienta y balas de goma envolvieron los centros comerciales. En el 2020, se introdujo una ley de seguridad nacional que criminalizó la disidencia, con personas arrestadas por aplaudir en apoyo a un activista encarcelado.

Ahora, a mitad del camino hacia el 2047, Hong Kong ha entrado en un purgatorio incierto.

Una metrópolis que rivaliza con Nueva York, Tokio y Londres no desaparecerá de la noche a la mañana. Pero la promesa de Beijing de mantener a la Ciudad en una campana de cristal política durante 50 años se ha hecho añicos. Los pobres de Hong Kong son cada vez más pobres, y el número de personas que se apresuran a irse ha aumentado.

Los cambios sísmicos en Hong Kong están obligando a los residentes a reflexionar sobre lo que significa ser de este lugar en constante evolución. A lo largo de Queen’s Road, esta cuestión de identidad resuena de manera muy diferente para un político, un manifestante y un productor de fideos.

«Todo en Hong Kong ha cambiado», dijo To. «Todos tenemos destinos diferentes».

‘Enfrentar la realidad’ El 30 de junio de 1997, mientras se escuchaba «God Save the Queen» por última vez, Eunice Yung, entonces estudiante de preparatoria, estaba de mal humor en casa. Los decepcionantes resultados de sus exámenes, que le negaban un lugar en una universidad en Hong Kong, ocupaban su mente.

«Cuando pienso en el traspaso, es un espacio en blanco», dijo Yung.

Yung finalmente encontró un lugar en la universidad en Vancouver para estudiar Ciencias Computacionales. Sin darse cuenta, se unió a los hongkoneses que emigraron por temor a los nuevos gobernantes del territorio.

Después de cada paroxismo en China -la caída de la dinastía Qing, la toma del poder comunista, la Revolución Cultural, la masacre de Tiananmen en 1989- la población de Hong Kong se llenó de refugiados. Los años previos al traspaso, cuando cientos de miles de personas huyeron en busca de seguridad en Occidente, fueron la única vez, hasta ahora, en que la población disminuyó.

Yung regresó a casa, obteniendo un título en Derecho y apareciendo ante el tribunal de Queensway. En el 2016, ganó un escaño en el Consejo Legislativo como política pro-Beijing.

Yung, de 45 años, ha criticado las obras de arte en museos financiados por el Gobierno que denigran al Partido Comunista chino.

«Algunos medios extranjeros dicen que ‘China siempre es una cosa monstruosa, y estás bajo su control y no tienes libertad'», dijo Yung. «Tenemos que enfrentar la realidad de que somos parte de China».

La temible ley de seguridad ha llevado a sindicatos y periódicos a cerrar por temor a cadenas perpetuas en prisión. Casi 50 políticos y activistas han sido encarcelados bajo las nuevas reglas, con sus casos pendientes.

‘Somos hongkoneses’ El 1 de julio del 2019, aniversario de la entrega, cientos de miles de residentes de Hong Kong se reunieron para una marcha a favor de la democracia a lo largo de Queen’s Road.

Brian Leung dio vuelta en una calle lateral que conducía al nuevo edificio del Consejo Legislativo y se unió a otros manifestantes que ocultaban sus identidades con máscaras. Sitiaron el edificio, rompiendo vidrios y garabateando grafitis contra el Partido Comunista.

Cuando la Policía se acercaba, Leung se subió a una mesa, se arrancó la máscara y entregó un manifiesto democrático. Fue el único manifestante que mostró su rostro.

Leung, ahora de 28 años e hijo de inmigrantes chinos que nunca terminaron la preparatoria, ejemplificó la promesa de Hong Kong. Después de crecer en viviendas públicas, se convirtió en el primer miembro de su familia en asistir a la Universidad de Hong Kong.

Era una época en la que muchos jóvenes de Hong Kong se sentían orgullosos de su doble identidad: chinos, sí, pero de una clase especial que apreciaba el derecho anglosajón y las tartaletas de huevo de procedencia portuguesa.

Pero en el 2019, la Policía respondió a las protestas estudiantiles con fuerza creciente, arrestando a miles de adolescentes. Para cuando la pandemia restringió las reuniones en el 2020, el silencio se había apoderado de Hong Kong.

Hoy, sólo el 2 por ciento de los jóvenes de Hong Kong se consideran «chinos», arrojó una encuesta local. Más de tres cuartas partes se identificaban como «hongkoneses». Hay orgullo en el cantonés, el idioma criollo de Hong Kong, más que en el mandarín del Continente.

«Cuando quedó claro que China ya no estaba interesada en las reformas liberales, empezamos a cuestionar nuestra identidad como chinos», dijo Leung, quien editó una colección de ensayos titulada «Hong Kong Nationalism». «Empezamos a pensar, ‘somos hongkoneses'».

Para los millones que huyeron de la zozobra en China, Hong Kong sirvió durante más de un siglo como refugio, pero también como estación de paso a un lugar mejor.

Crédito: Sergey Ponomarev para The New York Times

Ahora, Hong Kong está perdiendo residentes. En un mes este año, casi tantas personas partieron del aeropuerto como las que migraron a Hong Kong en todo el 2019. Las continuas restricciones por el coronavirus significan que casi nadie llega. Muchos activistas que no están en prisión están en el exilio.

Horas después de que la Policía despejó el Consejo Legislativo con gas lacrimógeno en julio del 2019, Leung salió de Hong Kong con el corazón acelerado mientras el avión se elevaba.

«No pude contener las lágrimas», dijo Leung, quien ahora vive en Estados Unidos. «Amo a Hong Kong. Por eso estaba luchando, y por eso tuve que irme».

Nadando ‘hacia la luz’ To, el productor de fideos, arriesgó su vida para escapar de China en 1978. Entrenó durante más de un año, perfeccionando su nado y desarrollando músculo para la caminata por las colinas. Su primera incursión fracasó. En la segunda, después de siete noches en los bosques, vio Hong Kong al otro lado del agua.

«Nadamos hacia la luz», dijo.

Hoy, en partes de Guangdong, la provincia del sur de China vecina a Hong Kong, el auge económico más sostenido del mundo ha elevado los niveles de vida por encima de los de algunas personas en Hong Kong.

A lo largo de Queen’s Road, las rentas elevadas y la desaceleración de los negocios han obligado a las familias de artesanos a abandonar sus tiendas.

To ya pasó la edad de jubilación de China. Su hijo, To Tak-tai, de 35 años, algún día se hará cargo.

To vive con su familia en un departamento estrecho, pero ha construido una mansión de seis pisos en su pueblo natal en Guangdong.

Sus hermanos, que nunca salieron de China, viven cómodamente de las pensiones estatales. Él también sueña con jubilarse allí.

«En Hong Kong, si no trabajo, no tengo nada», dijo To, con el torso desnudo y las pestañas cubiertas de harina. «Pero venir a Hong Kong era mi destino».

The New York Times
Hannah Beech
Tiffany May
Hong Kong, China
Lunes 8 de agosto de 2022.

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