Karelia Vázquez
Reportaje: españoles en Palo Alto
Estamos en El Dorado, en Palo Alto (California, EE UU). Y hasta aquí peregrinan chinos, coreanos, italianos, franceses, indios y, cómo no, españoles. Todos en busca de su milagro. Es el lugar donde reinventarse desde cero si se tienen las dosis adecuadas de inteligencia, ambición y dinero. Algunos triunfan y otros no, pero se marchan más sabios que cuando llegaron. University Avenue es una calle repleta de cafés con alta concentración de Ferraris y Maseratis por metro cuadrado. De lunes a viernes, y de 10.00 a 17.00, se convierte en un laboratorio donde, si se aguza el oído, se puede aprender cómo ser un chico de 20 años, tener una intensa relación con el pantalón de pijama y el MacBook Pro y convencer a un señor capitalista de que se tiene entre manos el nuevo Twitter en el que invertir 500.000 dólares.
«Nosotros no tenemos cultura de venta. Ellos aprenden a vender y a venderse a sí mismos en la escuela primaria»
«Si has vendido una empresa con 27 años, ya te puedes retirar. Aquí se escoge la edad de jubilación»
«Un Gobierno que se pregunta cómo construir un Silicon Valley está abocado al fracaso. Esto no se construye, se deja crecer»
Nadie se sienta a negociar en un café de University Avenue por menos. Esos señores ricos, llamados VC por sus siglas en inglés (venture capitalist), llegan en sus cochazos desde Sand Hill Road, el sitio uniformado y aburrido donde tienen oficina. Allá irán luego muchos de los aspirantes a millonarios más jóvenes a peregrinar por una segunda ronda de dinero. Pero antes, los VC bajan de su torre de marfil cada día a tomar un tall cappuccino en el Starbucks de University Avenue, convencidos de que el próximo gran negocio saldrá de una start up (esa gran idea tecnológica o proyecto innovador), unas chanclas y el pijama de la Universidad de Stanford, a 10 minutos en bicicleta.
Aquí todo es posible. Lo dice a quien quiera oírlo la Lucky Office -la oficina de la suerte-, situada en el número 165. Fue la primera sede de Google; luego la pilló PayPal; ahora la alquila WePay, un exitoso y prometedor sistema online para juntar dinero. Nadie le impide ser el próximo inquilino. Inténtelo y póngase a la cola. Paul Graham, conocido como el filósofo de Silicon Valley (www.PaulGraham.com), da pistas para saber quién es quién. «Los emprendedores son los que hablan inclinados hacia delante, con entusiasmo; los inversores, los que permanecen con la espalda pegada a la silla y ligera expresión de reproche». Graham sostiene que para reproducir Silicon Valley en cualquier lugar se necesita conseguir la combinación adecuada de nerds y ricos.
«Aquí funciona como en pocos sitios la ley de la selección natural de las especies», dice Javier Oliván, de Huesca, seis años en Palo Alto. Consiguió un puesto directivo en Facebook tras un MBA en Stanford, crear una red social en español y compartir una amiga con Mark Zuckerberg. ¡Bendito Networking! Como ya había hecho algo parecido a Facebook en español, a Zuckerberg le pareció el ideal para extender su red. «Encárgate de la cosa internacional. What ever it means! (lo que sea que eso signifique)», le dijo. Javier tiene pedigrí: posee cuenta de Facebook con fecha 2005. «¡De cuando había que tener e-mail de Stanford para entrar!». La antigüedad del perfil de Facebook -la red social se lanzó en 2004- es un modo de calibrar aquí cuán auténtica es tu condición de nerd.
Javier vuela mucho y cuando pisa tierra californiana es feliz. «El clima es perfecto, es buen sitio para vivir, y con solo salir ahí -al pasillo de las oficinas de Facebook- puedo hablar con chicos que son una autoridad en lo suyo, citados por medio mundo». Uno de ellos es Zuckerberg, que, sin despacho, se sienta a trabajar entre sus empleados. Según The Wall Street Journal, 13 de los sitios más innovadores de EE UU están en California; 10, en Silicon Valley. Todo empezó en el garaje de H&P (367 Addison Avenue), en la caseta de madera donde Bill Hewlett y Dave Packard abrieron su primera tienda de cacharros electrónicos en 1938 y fundaron Hewlett & Packard. El mítico garaje se considera lugar de nacimiento de Silicon Valley.
Hace un mes, cuando el presidente de EE UU quiso reunirse con todo el talento y la riqueza de su país, solo tuvo que volar a San Francisco para juntar, en unos kilómetros, a las empresas que mandan en la nueva economía mundial y han seducido a 500 millones de personas. A saber: Google, Apple, Facebook, Twitter. Todas vecinas de University Avenue. Dos de los invitados a esa cena presidencial, Steve Jobs y Mark Zuckerberg, viven y pagan sus impuestos en Palo Alto.
Aquí pasan cosas y la gente quiere venir a probar suerte. «Suerte es lo que pasa cuando la preparación encuentra la oportunidad», sentencia José Mateos (Bilbao, 34 años), que se define como «el español más buscado y más accesible» de la zona. Cuenta que cada día habla con alguien de España que quiere hacer las Américas en el siglo XXI. «Como promedio, 10 empresas al mes». Hace tres años montó SpainNexus, una aceleradora de negocios para ayudar a emprendedores españoles a amortizar los primeros revolcones en el País de las Maravillas. Porque sobran. «Al principio muchos piensan: ‘¿Y quién va a vender mi negocio mejor que yo?’. La respuesta es simple: el 90% de los americanos. No tenemos una cultura de venta, y ellos aprenden a vender y a venderse a sí mismos en la escuela primaria», explica.
StepOne es otra empresa creada para «incubar» los primeros meses de vida de los emprendedores patrios en el valle. La creó Bernardo Hernández, director mundial de productos emergentes de Google. «Tenemos que aprender a pensar en grande, en negocios que funcionen en el mundo, no solo en España». Y confiar. Dice que está harto de negociar en España con gente a la que le preocupa que el otro gane más que él. «Hay que asumir la cultura del win-win, estar a gusto si las dos partes ganan. No esperar a que el otro ande peor que tú para negociar». Llegar aquí es empezar a andar a otro ritmo. Se acabaron las comidas de negocios de tres horas. Si no eres capaz de convencer a un inversor en dos minutos -literalmente dos-, estás perdido. Nadie te va a dedicar más tiempo.
Bien lo sabe Pedro Valdeolmillos, que ha hecho siete viajes en dos años para implantar BlooSee (www.bloosee.com), un atlas 2.0 de los fondos marinos. Anda hoy agotado, jet lag de nueve horas y en medio de su primera ronda de negociación. Léase peregrinación entre VC para conseguir dinero. «Es duro, algunos son desagradables y antes de lanzarte debes saber qué les interesa». Hay que escuchar, observar cómo se mueven y con quién hablan. Todo ocurre en esos cócteles que en España empleamos para reírnos y socializar, aquí pensados para trabajar duro, saber quién es quién y que el mundo sepa quién eres tú. Aquí, cuando alguien pregunta: «¿Qué haces?», no se espera una respuesta vaga. No. Sino tu pitch. Que puede ser tu minuto de gloria. El pitch elevator -discurso de dos minutos, cual viaje en ascensor-, resumen de quién eres y adónde vas. Pedro contrató una consultora y se aprendió el suyo al dedillo. Y asumió que es imposible retener a un inversor más de tres minutos. «Si hace las dos preguntas de rigor y fija la mirada en la pared, no le interesas, déjalo ir y a por otro». La consultora también le recomendó «americanizar» su proyecto. «En lugar de cinco folios, uno con palabras justas». A él también le han dicho lo de «los europeos siempre traéis cosas pequeñas». «¡No me hables del Mediterráneo, háblame del océano!».
Se llama ambición, y no solo de ganar dinero. También de superar un desafío intelectual e ir a por otro y otro. Estos chicos que deambulan con sus MacBook sueñan con ser «el tío que lo ha hecho antes de los 30». Y cuando lo consiguen quieren más. «Uno de los cofundadores de Twitter decidió que ya había ganado bastante y se fue a un barrio rico de San Francisco. A los seis meses volvió al ruedo a fundar otra cosa», cuenta Juan Pablo Puerta, gaditano de 32 años, director internacional de Craigslist, empresa sin la que los americanos ya no imaginan su vida.
Los exgooglers son casi una tribu urbana. Pertenecían al staff de una de las compañías más cool del mundo y ganaban un dineral, pero al tiempo desarrollaban proyectos personales, hasta que dejaron el puesto fijo y saltaron al start up. Trabajar cuatro veces más y no ganar nada un tiempo. «Concentrar 40 años de vida laboral en tres. Y puede salir bien o mal», apunta Juan Pablo. Muchos exgooglers iban camino de convertirse en competencia de su casa madre, así que Google les compró. Y esto, y no otra cosa, es lo que ambiciona cualquier start up. Que la compren. «Estoy rodeada de gente de 50 años que lleva mucho jubilada», dice María Sainz, madrileña, una década en Palo Alto y presidenta de una compañía farmacéutica.
«Si has vendido una empresa con 27, te puedes retirar. Aquí se escoge la edad de jubilación». Dos de los cofundadores de Facebook, compañía con solo siete años de antigüedad, ya han abandonado el salario fijo y la comida gratis para emplear el dinero de las acciones en hacer lo que les gusta, crear empresas. Chris Hughes, de 26 años, montó Jumo, «la red social de los que quieren cambiar el mundo», y Dustin Moskovitz, de la misma edad, Asana, empresa de software para mejorar la colaboración en el trabajo.
Parte del ADN de ciudades como Palo Alto o San Francisco es una masa crítica de gente con coeficiente intelectual alto y ambición desmedida. Vienen de todas partes, tienen gran capacidad de trabajo y saben cómo hacer «escalar» -palabra lógica y de moda en el valle- cualquier negocio a nivel mundial. Juan Pablo trabaja tres días a la semana en un café de San Francisco. Un buen hábito que comparte con otros ingenieros y desarrolladores. «Te sientas a programar y de repente te quedas atrapado en un problema, levantas la mano, preguntas y saltan tres que saben solucionarlo. ¿En qué otro lugar voy a encontrar eso? Se lo digo a todos los que creen que pueden exportar Silicon Valley a España a golpe de subvención, la mitad del corazón de la innovación es esta gente (la otra mitad, los inversores), que no se va porque aquí está la gente que le interesa». También lo apuntó Graham en el artículo How to be Silicon Valley?: «Lo que les gusta a los nerds son otros nerds». Y dijo más: «Un Gobierno que se pregunta cómo construir un Silicon Valley probablemente se ha asegurado el fracaso desde que hace tal pregunta. Un Silicon Valley no se construye, se deja crecer».
«Aquí es fácil inventarse uno mismo». Eso bastó para que Manuel Maqueda cruzara el charco hace una década. «Nadie pregunta de dónde has salido o quiénes son tus padres, sino qué haces». Sigue teniendo muchos amigos españoles. «Pero si hablo de trabajo con ellos me parecen extraterrestres. Mejor charlar de temas de la vida, en esto los extraterrestres son los americanos». Conserva corbatas caras de su época de ejecutivo que va a usar en un cojín patchwork ahora que es hombre de negocios al estilo californiano y se viste «como le da la gana». Admira la mentalidad de abundancia, ilusión y confianza de esta parte del mundo. Y sobre todo las ideas. «Una idea no es nada hasta que no se hace realidad, por eso no se esconden, nadie teme que le roben nada. La gente abre su red de contactos y comparte, eso los hace más fuertes». «Son optimistas y entienden que hay para todos», apunta Nina Alastruey, catalana; llegó hace tres años. Tanto que una regla no escrita manda a los empresarios de éxito invertir en otras start ups. Graham lo llama círculo vicioso. «Los que se hacen ricos con una financian otra». El modo de mantener un crecimiento orgánico de empresas.
Un sitio donde la gente sonríe, devora comida orgánica, recicla, se levanta a las 5.30 para correr, gana dinero, paga nueve dólares por un paquete de café y usa la bici, tiene además una relación sana con el fracaso. Aquí no es un drama. Es parte del juego. Los batacazos se ponen en el currículo. Manuel López-Figueroa, un canario con 11 años por estas tierras y que está del lado de los inversores desde Bay City Capital, dice que a la hora de apostar por start ups es consciente de que muchas fallarán. «Otras salen bien y te equilibran. La gente se equivoca como promedio dos veces antes del éxito». En Stanford enseñan que por una que triunfa, 15 se hunden. María Sainz ha estado en muchas «reuniones post mórtem», cuyo concepto es: «Ahora que hemos fracasado, hablemos de ello durante las próximas cuatro horas». Pública y notoria es la Conferencia del Fracaso, FailCon, en San Francisco.
Nina lucha contra viento y marea por sacar adelante su TheChanner. «No vas a conseguir dinero hasta que el ecosistema de inversores no te considere de aquí», asegura. Una regla del fundador de Sequoia Capital que, al parecer, dijo: «No invertiré en nada adonde no pueda llegar pedaleando». Su momento le llegó el día que el San Francisco Chronicle citó a TheChanner como start up de la ciudad. «Fue en febrero, y ahora tengo a los mejores ingenieros conmigo». Nina es la primera que dice sin rubor que va a ser una líder mundial. «¡Esto va a ser Facebook, YouTube y Wikipedia! Todo. ¡Así de grande! Ya hablaremos». De momento, su aplicación para iPhone triunfa en España. Acabamos de comernos una pizza a medias. Me guardo el recibo. Quizá algún día escriba en mi currículo que la conocí cuando TheChanner, que para entonces valdrá como Twitter, estaba saliendo de su fase garage. (Fecha original: 11 SEPT 2011)
Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y las secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo ‘Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto’.
El País
Karelia Vázquez
Madrid / México
Jueves 08 febrero de 2024.
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