El dirigente, que estará 13 años al frente del partido, ha tejido los hilos de la reelección desde su llegada a la dirigencia y ahora goza del control absoluto de los órganos de gobierno de una formación en caída libre
Alejandro Alito Moreno ha logrado en cinco años lo que ninguna dirigencia en el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Bajo su dirección la agrupación ha pasado de ser una de las tres principales fuerzas políticas en México a un mero partido satélite. Ahora, el dirigente tiene listas las reformas encaminadas a perpetuarse en el poder hasta 2032 instaurando la figura de la reelección. Cuando los priistas lo eligieron en un proceso abierto a la militancia pocos se imaginaban el destino que bajo su dirección le deparaba al partido histórico que gobernó durante 70 años consecutivos el México. El líder priista ha sido cauteloso y ha maquinado desde su llegada el momento de su reelección, según pesos pesados del partido como Dulce María Sauri, exdirigente del partido.
Su triunfo en la interna del partido en agosto de 2019 no estuvo exento de críticas. Ivonne Ortega, exsecretaria general del partido y titular de la segunda fórmula que compitió por la dirigencia, sostuvo que se trataba de una elección ilegítima. Su acusación se añadía a otro grupo de militantes que denunciaron la compra de votos por 3.000 pesos por sufragio y vales de despensa de 100 pesos. Las presuntas irregularidades no tuvieron resonancia, aunque sí consecuencias, comenzó la desbandada de líderes y cuadros priistas. Los primeros que dejaron el barco tricolor alertados por el perfil de Alito fueron quienes buscaron la dirigencia: Ortega, exgobernadora de Yucatán y José Narro Robles, exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México. Inconformes con los resultados, rompieron filas.
Los movimientos de Alito han sido rápidos, sin apenas tiempo de despertar las suspicacias inmediatas de los priistas más avispados, esos a los que les tintinean los colmillos. La primera jugada del dirigente fue la limpieza de la militancia, dicen sus críticos. Quien no estaba con él, estaba en su contra. Se deshizo de todos, unos se alejaron voluntariamente, la mayoría renunció. Para la elección de 2021 no hubo cargos de elección popular para ningún disidente a su Administración. “Todos para fuera”, refiere Sauri.
Antes que su llegada a la dirección, el PRI ya enfrentaba, en ese momento, la peor crisis de su historia. Un año antes, en 2018, perdió la elección presidencial y su mayoría en el Congreso. Con 47 de 500 diputados y 14 de 128 senadores; además sólo gobernaba 11 estados y sus jóvenes gobernadores ofertados como la sangre nueva del PRI atravesaba por graves acusaciones de corrupción. César Duarte en Chihuahua; Javier Duarte, en Veracruz y Roberto Borge en Quintana Roo.
Ese era el escenario al término del sexenio de Enrique Peña Nieto. Casi simultáneamente, se realizaba el primer juicio político en contra de Rosario Robles, la exsecretaria de Desarrollo Social, la Fiscalía General de la República (FGR) también investigaba al titular de Pemex, Emilio Lozoya, y este diario documentaba que el gobernador del Estado de México, Alfredo Del Mazo, omitió en su declaración de bienes una cuenta con 1,5 millones de euros en Andorra. En ese momento la debacle era clara. Antes de renunciar a 29 años de militancia, Ortega lanzó la primera premonición: “Ustedes deciden: o nos refundamos o nos refundimos”, dijo en agosto de 2019.
Con 95 años recién cumplidos (4 de marzo 2024), el PRI se encamina a su centenario en medio de un torbellino de dificultades sin precedentes. Hace cinco años nadie previó, ante la incipiente crisis que enfrentaba, que lo peor estaba por venir. A la limpieza de los militantes le siguieron las reformas encaminadas a la reelección. Moreno arrancó su dirigencia concentrando el poder y las decisiones en la figura presidencial que ostentaba. Un año después de iniciada su dirigencia, promovió reformas para que el Consejo Nacional pudiera ampliar el mandato de la dirigencia en caso de que confluyera con un proceso electoral, lo que ocurrió. Además buscó darle atribuciones a la dirigencia para que pudiera decidir en la designación de los coordinadores del Congreso. La segunda, la pudieron frenarla en tribunales, la primera persistió.
La caída estrepitosa del partido continuó para las elecciones de 2021, aunque matizada por los primeros resultados de la coalición con el PAN y PRD. Un aumento en las curules y escaños en la Cámara de Diputados y el Senado. Aunque en esa misma elección perdieron ocho de los 12 Estados que gobernaban. Tras esos resultados, en junio de 2022 una docena de expresidentes del partido exigieron cuentas a Alito y le pidieron su renuncia. Aunque ocupó los titulares en los diarios de circulación nacional, no tuvo eco. El dirigente calmó las aguas comprometiendo su palabra. Sostuvo que dejaría la dirigencia cuando concluyera su cargo, el 19 de agosto de 2023. No fue así. En diciembre de 2022, el Consejo Nacional aprobó la ampliación de su mandato con las facultades que daba la reforma de 2020.
A dos años de aquel primer intento por presionar la salida de Alito y a unos días para que concluya su presidencia, con todos los órganos directivos bajo su control, ha fraguado una convocatoria a una asamblea nacional a destiempo en la que se votarán reformas estatutarias que le permiten mantenerse, no uno, sino dos periodos más en la dirigencia, hasta 2032. Con todas las lealtades de las que se ha hecho tiene garantizado los votos para perpetuarse es el partido al que ha llevado al precipicio de la extinción.
El País
Elia Castillo Jiménez
Ciudad de México
Sábado 06 de julio de 2024.
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